Hace unos
tres años asistí al primer pre-estreno de una película. Mi padre
consiguió invitaciones y no me lo pensé dos veces. No importaba que
para el día siguiente tuviera mucha tarea que hacer, no importaba
que tuviese que madrugar, no importaba que hiciese frío, no
importaba que estuviese lloviendo, era un pre-estreno, mejor dicho
¡era un pre-estreno en Almería! Dio la hora y en quince minutos ya
estaba en el Teatro Cervantes, en pleno centro de Almería. Había
mucha gente en la puerta haciendo cola. Hacía mucho tiempo que no
veía tanto alboroto en la puerta del Teatro. Una pequeña alfombra
roja recorría la calle y desembocaba en la puerta, protegida por un
cordón de seguridad y con un gran cartel de fondo titulado 'La mitad
de Óscar'. De repente, multitud de fotógrafos aparecieron por la
esquina y se colocaron frente a ese pequeño photocall. La gente
comenzó a alarmarse, algo gordo iba a pasar. En menos de un minuto
aparecieron Manuel Martín Cuenca, Rodrigo Sáenz de Heredia y
Verónica Echegui. Obviamente Verónica Echegui acaparaba todas las
miradas. Llegó mi turno, entregué mi invitación al de seguridad,
me dijo: “¿quieres la entrada de recuerdo?” Y le dije: “Por
supuesto...”. Busqué mi asiento, se apagaron las luces y comenzó
la película.
La primera
imagen de 'La mitad de Óscar' es las salinas de Cabo de Gata, en
Almería. Óscar (Rodrigo Sáenz de Heredia) bajo un traje de guardia
de seguridad aguarda sentado. Segundos después un hombre, ya mayor
(Manuel Martín Roca), se acerca lentamente en su bicicleta. Ambos
comen juntos en una explanada rodeada de montañas de sal. Óscar es
un tipo normal y corriente, un guardia de seguridad con una vida
monótona que se limita a vigilar las salinas y visitar a su abuelo
enfermo de alzheimer hasta que este es traslado al hospital. Es aquí
cuando entra en escena su hermana María (Verónica Echegui), de
quien no sabe nada desde hace unos años.
El director
Manuel Martín Cuenca es el encargado de contarnos este drama
co-escrito con Alejandro Hernández. Esta cinta del cineasta
almeriense está plagada de silencios, sin acompañamiento musical.
Silencios que hablan. Silencios que dicen mucho más que cualquier
conversación. Silencios acompañados por el sonido de la ciudad, el
de las olas del mar, el del viento tan propio de Almería. Ese
silencio roto en momentos como la espléndida escena nocturna con el
taxista (Antonio de la Torre) o la preciosa, dura, reveladora y
perfectamente calculada escena en el interior del hotel, donde
asistimos, con el mar de testigo, a la llegada del amanecer. El film
también está lleno de planos fijos, grandes planos donde se aúnan
playa, ciudad y montaña. Planos de una belleza espectacular gracias
a su decorado natural (la carretera hacia Aguadulce, las vistas del
hotel, la playa de San José).
Es una
película que devuelve el cine a la tierra soñada por tantos
cineastas de antaño.
Daniel Parra.
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