Voy a intentar, con cierta dificultad, hablar con optimismo
sobre la UMA (pese a que el título pueda parecer lo contrario).
Lo cierto es que lo único que le falta a nuestra querida
universidad (o al menos a nuestra facultad) es un poco de lógica. De hecho, una
mínima lógica. Por ejemplo, ¿qué es eso de enviar a los de primero al “zulo”?
¿No se supone que lo suyo sería darles una buena impresión? ¡Que envíen a los
de cuarto, que para un año que les queda…! O mejor, que no envíen a nadie.
Otras de las muchas cosas que me sorprenden de mi facultad
son cosas como que los de Comunicación Audiovisual no hayamos pisado (ni olido)
el plató de televisión y, en cambio, los de Publicidad y Periodismo lo hayan
pisado el primer año. Y eso sin mencionar la organización tan “magnifica” de
las asignaturas. En fin, supongo que no será tan fácil organizarlas como
parece…
Pero bueno, lo cierto es que pretendía inyectar algo de
optimismo y estoy haciendo más bien lo contrario (ya os he dicho que es algo
difícil). Y es que, como ya todos nos hemos dado cuenta, la universidad tiene
muchas cosas malas (o más bien mal organizadas) pero… ¿qué hay de las cosas
buenas?
Pues bien, lo mejor que tiene la universidad (o lo que he
conocido de ella) es, sin duda alguna, la gente. Sí, porque a mí me gusta la
gente, y salvo tres o cuatro imbéciles de turno, suele estar llena de gente
maravillosa. Y hablo desde sus alumnos hasta sus profesores o administrativos.
Creo que se les da demasiado peso a las personas malas y muy poco a las buenas
(que son la mayoría). Y de vez en cuando en sequía crece alguna que otra flor
(esto lo pongo porque me ha quedado muy poético).
Creo que el segundo problema de la UMA, como en muchas
ocasiones, es que se interesa demasiado por “vender la moto” más que por
mejorarla. Pero creo que, en definitiva, esto es como una gran familia: tiene
muchos defectos y está llena de errores, pero (ya sea por la experiencia que te
ofrece o por la gente a la que conoces) llegas a quererla. Y yo la quiero. Ni
por sus paredes de pladur, ni por sus aires acondicionados, la quiero porque me
enseña (ya sea de una forma o de otra) y porque gracias a ella he conseguido
mucho más de lo que me imaginaba.
Aínsua.
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