La grasa rebosaba por aquella
boca sucia. Los dientes alargados y amarillos perfilaban una sonrisa falsa, una
sonrisa repulsiva. Sudoroso se frotaba las manos mientras hablaba con los Reyes
y con los Dioses. Era mercader, o eso decía él porque no he visto manera más
efectiva de limpiar un trasero en mi vida. A lo mejor era científico o
alquimista y buscaba una manera efectiva de mejorar la higiene personal. Si eso
fuese cierto se lo agradecería sumamente, estoy cansado de limpiarme con hojas
de lechuga. Aquel era un personaje ilustre, por no decir llamativo. Allá donde
fuese estaba presente. No había baldosa en el castillo que no hubiese pisado él
antes con su gracioso caminar.
Allí estábamos todos. Gente de
tierra diversa. La mayoría sangre joven, aún virgen. Cabezas tontas llenas de
arcoíris, gente que como yo todavía creía que los recibirían héroes, dragones y
hadas.
Allí los dragones eran de polvo,
las hadas las conseguías ver si primero hablabas con un tal Mezil en los
suburbios y los héroes no eran más que bufones con armadura, con caballos de
madera y una cebolleta por espada.
Todos aceptamos aquel viaje y
aquel destino, era el sueño de todos viajar a aquella tierra. Cuando vimos
aquellas paredes grises, aquella asfixia con forma de edificio, cuando nos
dieron el primer cubo de agua, la primera fregona, el primer plato sucio…
comprendimos que las aventuras primero empezaban por dar cera el suelo y quitar
cera al suelo. O eso queríamos creer, dudo mucho que limpiando letrinas llegues
a matar a un dragón o a coronar una montaña.
Aquel castillo estaba gobernado
por Reyes y por Nobles, y en algunas habitaciones reinaba, aunque débil, la voz
de los Dioses.
Los Reyes y los Nobles eran
retrasados, hijos de la mezcla de sangre durante generaciones. Algunos ni
siquiera eran de sangre noble, pero eran lo suficientemente inteligentes para
darse cuenta de su inutilidad natural y para casarse con algún Noble soltero lo
suficientemente estúpido. Otros optaban por la vía rápida y hacían gala de una
habilidad para limpiar sables y abrir almejas tan magistral que dejaban en
ridículo el método de limpieza anal del amigo mercader (aunque quien sabe, la
práctica hace al maestro ¡No te rindas!). Toda aquella corte eran los señores
del pasado, recitaban de memoria su linaje, enseñaban con placer sus trofeos y
hablaban sin parar de sus logros y sus anécdotas. Esos inútiles… cada uno es
peor que el anterior. Todos ellos sonríen, caminan recto, con esa mirada
repelente que no te mira, te escupe. Casi parece que cagan por encima de los
demás, pero no, cagan por donde todos… y sangran si se les hiere… aunque su sangre
es diferente. Es hermoso verlos sangrar, verlos sufrir… Hará un par de meses un
grupo de plebeyos como yo, disfrazados, intentaron tirarle piedras a un
desgraciado tartamudo. Alguna le rozó y la sangre le brotó por la mejilla. Esa
sangre no era roja, era orgásmica. El tipo escapo airoso del percance, pero
todavía le quedan piedras para rato. El ofensor escribe en arena, y el ofendido
en piedra, o eso decía mi abuela.
Pero si algo hace que siga en el
castillo, que aguante el lavar platos y el limpiar letrinas, son los Dioses.
Los Dioses son crueles, son poderosos, pero sobretodo son justos, son
misericordiosos y son sabios. Su palabra es la justicia. Su poder fue vetado
hace mucho por los Reyes y los Nobles ansiosos por acaparar todo el poder. Sus
imágenes se destruyeron, sus templos se quemaron. Pero su voz, el eco de su
sabiduría aún resuena por los pasillos y por los sótanos. Los dioses no pueden
pelear por mí, esa no es su lucha, no pueden matar a Reyes y Nobles, pero pueden
aconsejarte, pueden darte esperanza, pueden darte algo en lo que creer. Pueden
darte FE.
Los dioses me enseñaron a
escribir, los dioses me enseñaron a ver, los dioses me enseñaron a caminar. Los
dioses me enseñaron todo lo que necesito para saber que pasillo tomar, que
salida escoger para escapar por las noches del castillo, me dieron el apoyo que
necesito para aventurarme en lo desconocido. Son ellos los que mantienen vivos
los dragones y los héroes en mi cabeza, son lo que me dan la esperanza de que
algún día saldré del castillo por la puerta grande.
Y son sobretodo mis compañeros,
mis nuevos hermanos, plebeyos como yo, los que hacen que merezca la pena salir
todas las noches a buscar dragones y princesas, y los que hacen más llevadero
este infierno que se llama castillo REAL.”
Encontrado en el diario personal
de Fausto, con fecha de 29 del mes de Lluvias del segundo año de gobierno del Ilustrísimo
Emperador Brey el Austero.
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