miércoles, 24 de abril de 2013

Consumo televisión.


Me avergüenzo.
Padre, he pecado.
Pese a ser consciente de que únicamente retransmite basura y repite una y otra vez mensajes que se graban en los maleables y apestosos cerebros del español medio, me gusta.
La televisión me gusta.
Quien fuma sabe que es malo y que la negrura de sus pulmones no indica, como pasa con los plátanos, que están maduros sino que, tristemente, están sucios y funcionan mal.
El pederasta sabe a su vez que no está bonito, también depende de el ojo que lo mire y de la sociedad en la que ocurra, que olerle las braguitas a la inerte Mariluz quizá no sea lo más adecuado, sobre todo si aún las tiene puestas.
Así, con estas maravillosas y portadoras de poderosas imágenes parábolas (no os perdáis que “maravillosas y portadoras de poderosas imágenes” funciona como un adjetivo único y es “parábolas” el sustantivo importante de la frase) quiero mostraros que, si bien perjudicial, ver la televisión es una actividad cuanto menos respetable.
Quizá, únicamente es reprochable para quien la consuma sin conocimiento de causa y sin cuestionarse nada al respecto de lo que sale de su pantalla de plasma pero, en mi caso, “Mamá yo controlo”.
¡Que vivan los realities!
¡Que viva la maldita televisión!
¡Que vivan las familias cenando sin dirigirse mirada o palabra alguna para no perderse al marica de turno presentando a señoras cuyos hijos drogadictos acuden a buscarlas al programa!
¡Que vivan las miserias de las familias que nos entretienen enseñándonos sus cochambrosas casas!
¡Que viva incluso la misa de los domingos!
¡Que vivan esas siestas con la película cutre de antena 3 de fondo!
¡Que vivan los polvos con Pretty Woman en la 5!
¡Que vivan Randú, Sandro Rey y el Maestro Joao!
¡Que vivan los cromas mal hechos en los telediarios!
¡Que viva el ruido de fondo en la casa!
¡Que vivan Juan y Medio y sus viejos!
¡Que viva Pekin Express!
Pero que se mueran, que se mueran las vascas ;)
Marta Osorio

No hay comentarios:

Publicar un comentario