La carretera llena de curvas no parecía acabar nunca.
- ¿Tardaremos en llegar? Preguntó ella mientras él conducía sin estar muy seguro de adónde iban.
- No creo. Contestó él.
De pronto, tras acabar una curva cerrada, vieron un llano más amplio.
- Parece que no se puede seguir en coche. Seguiremos andando.
- Vale, sacaré las toallas del maletero.
A pesar de la hora, el sol aún pegaba fuerte y el viento no hacía señales de vida. Los dos se acercaron al borde y se asomaron. Bajo sus pies, el acantilado bajaba escarpado hasta tocar la arena de la cala y un camino sinuoso conducía hasta el nivel inferior. A ambos lados, el acantilado era tan alto que no se podían ver las otras playas y los árboles ocultaban el camino por el que habían llegado. Desde arriba, el mar se veía en calma y la arena oscura como el carbón. El sol se reflejaba en el agua volviéndola de color amarillo y naranja.
- Es bonito, eh. Dijo él mientras la tomaba de la cintura.
- Sí que lo es. ¿Bajamos? Preguntó ella con una sonrisa.
Cuando llegaron y se acomodaron, no se imaginaban cómo iba a acabar ese día. Después de pasar el resto de la tarde disfrutando del lugar, apenas encontraban las palabras para decirse uno al otro cómo se sentían. Al final, empezó a hablar él un poco nervioso.
- ¿Sabes?, no me he necesitado mucho tiempo para pensarlo porque ya me he dado cuenta de que sólo contigo voy a ser feliz. ¿Quieres casarte conmigo?
- ¿Tardaremos en llegar? Preguntó ella mientras él conducía sin estar muy seguro de adónde iban.
- No creo. Contestó él.
De pronto, tras acabar una curva cerrada, vieron un llano más amplio.
- Parece que no se puede seguir en coche. Seguiremos andando.
- Vale, sacaré las toallas del maletero.
A pesar de la hora, el sol aún pegaba fuerte y el viento no hacía señales de vida. Los dos se acercaron al borde y se asomaron. Bajo sus pies, el acantilado bajaba escarpado hasta tocar la arena de la cala y un camino sinuoso conducía hasta el nivel inferior. A ambos lados, el acantilado era tan alto que no se podían ver las otras playas y los árboles ocultaban el camino por el que habían llegado. Desde arriba, el mar se veía en calma y la arena oscura como el carbón. El sol se reflejaba en el agua volviéndola de color amarillo y naranja.
- Es bonito, eh. Dijo él mientras la tomaba de la cintura.
- Sí que lo es. ¿Bajamos? Preguntó ella con una sonrisa.
Cuando llegaron y se acomodaron, no se imaginaban cómo iba a acabar ese día. Después de pasar el resto de la tarde disfrutando del lugar, apenas encontraban las palabras para decirse uno al otro cómo se sentían. Al final, empezó a hablar él un poco nervioso.
- ¿Sabes?, no me he necesitado mucho tiempo para pensarlo porque ya me he dado cuenta de que sólo contigo voy a ser feliz. ¿Quieres casarte conmigo?
Alejandro Méndez
No hay comentarios:
Publicar un comentario