A Málaga llegué de rebote. Ni era mi
intención, ni me gustó en un primer momento la idea de vivir en
esta ciudad. Demasiado lejos de lo que yo quería en ese momento. ¿Mi
ilusión? Granada, la ciudad soñada de todo estudiante
universitario. A tan solo una hora en coche desde mi pueblo, lo
suficientemente lejos para vivir a mi aire pero lo suficientemente
cerca de casa para no terminar de despegarme de los míos. Pero, como
muchas cosas en la vida, no pudo ser y aquí acabé.
Desde que vivo en la Costa del Sol el
saludo favorito de mis amigos y familiares es “¿Qué tal en Málaga
con la playita?”. Si yo les contara las veces que he ido a la playa
en estos dos años... ¡me sobran dedos de una mano! Aún recuerdo
con bastante cariño la noche en la que crucé corriendo la arena
para ir a tocar el agua del mar de Málaga por primera vez. Anduve
con arena en las botas durante una semana pero la ocasión mereció
la pena.
Hasta el día de hoy no tengo ninguna
queja (realmente sí, pero lo mencionaré más adelante). ¿Sobre la
ciudad? Lo típico: mucho sol y buena temperatura, mi piso tiene
piscina, para salir hay variedad y mis amigos son muy buena “hente”.
Málaga no está nada mal. No es demasiado grande ni demasiado
pequeña así que se vive con cierta tranquilidad. Lo único que odio
es el viento, ese puñetero viento que corre siempre en Teatinos y
que saca la vena sangrienta y psicokiller que llevo dentro.
Kazz Goa
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