Allá donde la tierra es capaz de mermar al mar y adentrarse en él, donde el centro no está donde uno espera y los caminos se empinan hasta tocar el cielo de alguna manera. Allí es donde nací, allí es donde crecí y allí es donde estaré al llegar el fin. Allá donde el aire del invierno te cala hasta los huesos y en verano te empalaga, pongamos que hablo de Málaga.
Después de este pequeño homenaje a cierto maestro, os hablaré de una ciudad, mi ciudad. Málaga es un lugar, o mejor, varios lugares que no sólo pueden verse sino también tocarse, olerse y sentirse. Cuando caminas por sus calles, los estímulos te bombardean el cerebro llevándote de un sitio a otro. En verano, cuando el calor aprieta y las ropas sobran, puede olerse el mar desde los callejones y durante la época de las hojas amarillas, el olor de las castañas asadas se te cuela en la nariz. El espíritu de Málaga reside en sus calles, sus barrios y sus gentes. Por la mañana temprano, los parques y los bancos se llenan de ancianos que sin nada que hacer buscan entretenerse con una agradable charla y cuando cae la noche en un fin de semana, los más jóvenes se despreocupan de su rutina y se dejan la piel en las pistas de locales abarrotados de gente, alcohol y sudor.

En definitiva, Málaga puede ser un lugar de ensueño pero anda con cuidado porque una mirada puede mandarte al hospital y allí sufrirás en un pasillo cualquiera hasta que tengan un lugar para que descanses.
Alejandro Méndez
No hay comentarios:
Publicar un comentario