Camina, camina, no te detengas, ya falta poco.
15, 31, 15. Pero, ¿esto qué es? Por fin, los dos patitos.
Sacas la tarjeta del bolsillo de la chaqueta y… Sardinas antropomórficas,
escamadas, y algún que otro boquerón con sombrero. No cabe nadie más. Le haces
ademán al jurel del conductor de que quieres pasar por la puerta de atrás. Éste
consiente. El trayecto hasta la facultad de derecho te lo pasas esquivando la
puerta y dejando pasar róbalos.
Parece que quieren poner un metro que sustituya estas líneas
de autobuses tan maravillosas.
¿Y tú de dónde eres? Yo vengo de Málaga, la ciudad donde las
gaviotas son más feroces. Sus gritos estremecen al más pintado. A mí me dan
miedo. Con esos chillidos, cómo para no asustarse. A veces, cuando la playa
está desierta, siento que ellas me observan.
En Málaga las nubes son capotes, pero el Sol es insistente y
siempre pide paso, y hasta la Luna te torea. Un amigo mío dijo una vez al verla
henchida que se quería casar con ella, (creo que iba un poco pedo, todo hay que
decirlo). Se ve que a la susodicha no le hizo gracia la proposición y optó por
declinarla escondiéndose en pocos minutos. Mi amigo sigue consternado por ese
diálogo mudo. “Ay, Martita, que ¡ni la
Luna me quiere!”
Cuando consigues salir de Málaga en verano, pasa una cosa
curiosa. Y no es que te olvides de ella, sino que cuando regresas, se produce
el shock epidérmico, por ese viento cálido cargado de humedad que te da la
bienvenida, o ese aire que viene de tierra adentro que parece proceder del
mismo infierno. Vuelta a los sudores y al terral. Pero como en casa, en ningún
sitio.
Marta M Mata
(como Málaga)
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