lunes, 11 de marzo de 2013

El choque epidérmico.


Camina, camina, no te detengas, ya falta poco.

15, 31, 15. Pero, ¿esto qué es? Por fin, los dos patitos. Sacas la tarjeta del bolsillo de la chaqueta y… Sardinas antropomórficas, escamadas, y algún que otro boquerón con sombrero. No cabe nadie más. Le haces ademán al jurel del conductor de que quieres pasar por la puerta de atrás. Éste consiente. El trayecto hasta la facultad de derecho te lo pasas esquivando la puerta y dejando pasar róbalos.

Parece que quieren poner un metro que sustituya estas líneas de autobuses tan maravillosas.

¿Y tú de dónde eres? Yo vengo de Málaga, la ciudad donde las gaviotas son más feroces. Sus gritos estremecen al más pintado. A mí me dan miedo. Con esos chillidos, cómo para no asustarse. A veces, cuando la playa está desierta, siento que ellas me observan.

En Málaga las nubes son capotes, pero el Sol es insistente y siempre pide paso, y hasta la Luna te torea. Un amigo mío dijo una vez al verla henchida que se quería casar con ella, (creo que iba un poco pedo, todo hay que decirlo). Se ve que a la susodicha no le hizo gracia la proposición y optó por declinarla escondiéndose en pocos minutos. Mi amigo sigue consternado por ese diálogo mudo. “Ay, Martita, que ¡ni la Luna me quiere!”

Cuando consigues salir de Málaga en verano, pasa una cosa curiosa. Y no es que te olvides de ella, sino que cuando regresas, se produce el shock epidérmico, por ese viento cálido cargado de humedad que te da la bienvenida, o ese aire que viene de tierra adentro que parece proceder del mismo infierno. Vuelta a los sudores y al terral. Pero como en casa, en ningún sitio.

Marta M Mata  
(como Málaga)

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